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DIVERSIDAD FUNCIONAL: UN ENFOQUE DE DIGNIDAD

Actualizado: 17 may 2020




“Todo vivir humano ocurre en conversaciones y es en ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos”

Humberto Maturana


Las palabras llevan asociadas ideas, que representan valores culturalmente aceptados por la sociedad, convirtiéndose en vehículo de transmisión de los mismos. Es decir, “el lenguaje actúa como un medio para abrir la realidad misma”.


Autores como Humberto Maturana, han resaltado que “el lenguaje crea realidad”, afirmación que cuenta con la suficiente evidencia empírica de que este produce, modifica y orienta el pensamiento y, en consecuencia, el comportamiento del individuo.


Por tanto, para un Cambio Cultural a nivel social, especialmente en este período convulso en que nos encontramos, se precisa la revisión y/o modificación de las palabras que soportan estos principios valóricos y “les dan vida”.


En lo que respecta a Inclusión Social, la propuesta que aquí se explicita apunta a reemplazar la expresión “Persona con Discapacidad” por Persona con Diversidad Funcional, término acuñado por Javier Romañach en 2005 y cuya premisa es reconocer la existencia de distintas maneras de funcionamiento social, determinadas por las diferencias físicas, sensoriales y de procesamiento cognitivo, que conforman a cada individuo como único. Estas “maneras”, consideradas características inherentes al ser humano, se expresan a través de las distintas formas de participación ciudadana, la cual debe ser plena y efectiva. Para ello, la Sociedad debe asegurar las condiciones necesarias para el desarrollo de cada persona en su entorno de referencia, con independencia de su funcionalidad; esto es, en igualdad de oportunidades, lo que hace imprescindible priorizar aspectos como el de Accesibilidad Universal.


Una breve revisión histórica de los paradigmas en los que se ha enmarcado la Diversidad Funcional, muestra cómo estos han contribuido a instalar las bases para la exclusión y discriminación de las personas diversas funcionales (PDF a partir de este momento), dejando entrever la infravaloración, e incluso evaluación peyorativa de la diferencia, bajo un enfoque social competitivo y elitista, que no toma en consideración las oportunidades que la diversidad aporta al desarrollo sostenible de las comunidades. A modo de ejemplo, algunos modelos explicativos utilizaron términos como “imbécil” o “idiota”, para categorizar a las personas diversas a nivel de funcionamiento cognitivo. El uso de estas palabras para este fin, debió erradicarse posteriormente, ya que establecían marcos de referencia asociados más bien a la función de insulto y descalificación, que también cumplen esos términos.


Tal y como indican Palacios y Romañach, el término Diversidad Funcional, por un lado “carece de connotaciones negativas”, subsanando la asociación a conceptos como deficiencia, limitación o restricción y, por otro lado, tiene un “carácter descriptivo, […] pues en realidad no designa a un solo colectivo, sino que describe a toda la especie humana, ya que ningún individuo despliega del mismo modo las funciones físicas y psíquicas propias del ser humano”.


El primer modelo explicativo es el Modelo de Prescindencia, el cual justificaba prácticas eugenésicas, basadas en criterios espirituales y religiosos, como el exterminio, las purgas, la exclusión y la discriminación, aludiendo a la “falta de dignidad” de las PDF, privadas legítimamente de alma y, por tanto, de voluntad.


Desde una concepción más humanista, surge el Modelo Rehabilitador, en el que la PDF se presenta como “imperfecta”, por lo que requiere de habilitación para cumplir con los patrones de la Normalidad, que imponen las reglas del funcionamiento social. Desde este paradigma, basado en un “Estándar de Perfección”, la dignidad de la PDF está en asociada con su potencial de rehabilitación.


Al analizar los paradigmas expuestos, llama la atención que en ambos se establece una relación inversa entre diversidad y dignidad humana, lo que históricamente viend justificando comportamientos discriminatorios, reproduciendo y perpetuando la marginación de las PDF.


A fines de los años 60, con el surgimiento del Modelo Social, cobra mayor importancia el análisis de la interacción del individuo con su entorno, por lo que es necesario considerar el contexto de la persona diversa funcional, apareciendo el concepto de Barrera del entorno. Este concepto hace alusión a los factores ambientales que condicionan negativamente el funcionamiento de la persona, refiriéndose tanto al espacio físico inaccesible, como a la falta de tecnología inclusiva, a las actitudes discriminatorias o a la ineficacia de servicios, sistemas y políticas, que favorezcan la participación social de los individuos.


A partir de este momento, la responsabilidad de la Inclusión recae en la Sociedad, sus actores y sus dinámicas de relación.


La mayoría de los países desarrollados o en vías de desarrollo, se encuentran entre los dos últimos modelos, ya que si bien reconocen la necesidad de una verdadera inclusión en sociedades cada vez más diversas y plurales, siguen justificando la medicalización e institucionalización de las PDF, como condición indispensable para la participación de ellas en sus entornos de referencia, es decir, como un requisito ineludible para su inclusión.


Dado que el lenguaje produce, modifica y orienta el pensamiento, como hemos sostenido desde el comienzo, también es determinante a la hora de consolidar estándares y objetivos sociales. En la práctica este aspecto se refleja en la construcción de indicadores, en función de los cuales se justifica el actuar social. A modo de ejemplo, el indicador principal para definir qué tan inclusiva es una sociedad, es la participación autónoma de las PDF que pertenecen a ella. Desde el enfoque médico del modelo rehabilitador, la autonomía se asocia al número de pasos o al rango articular de miembros inferiores de la PDF, tras su accidente o enfermedad. En cambio, bajo el marco del Movimiento de Vida Independiente, este concepto evoluciona y se determina en función del control que el individuo ejerce sobre su propia vida. Es fácil inferir lo distinta que será la finalidad de las estrategias de intervención bajo uno u otro paradigma: este cambio de mirada es el requisito clave para considerar al individuo como sujeto de derecho y no como objeto de intervención.


Un estadio evolutivo posterior al Modelo Social es el “Modelo de la Diversidad”, dentro del cual se enmarca el término Diversidad Funcional. Este modelo presume un concepto de dignidad desde dos vertientes interrelacionadas: una dignidad intrínseca, que considera que todos los individuos tienen el mismo valor y son iguales en derechos por el hecho inherente de ser seres humanos. Y una dignidad extrínseca o colectiva, coherente con la idea de que la convivencia de la diversidad debe basarse en un enfoque de derechos y libertades fundamentales, no sólo en lo que a titularidad se refiere, sino en cuanto al ejercicio pleno y autónomo de los mismos.


Desde esta perspectiva, hablar de Diversidad Funcional es hablar de respeto al ser humano, desde dos pilares fundamentales: sus derechos inalienables y su bien verdadero e integral: su dignidad.


En conclusión, considerando el rol fundamental de la comunidad como agente de cambio para avanzar en la inclusión de la diversidad, se propone un cambio de terminología para referirse a las “Personas con Discapacidad”, impulsando así el desarrollo de todos los seres humanos, desde un punto de vista personal, grupal y comunitario.


“Nazcas como nazcas, seas como seas, eres bienvenido”

Javier Romañach





Escrito por:

Ruth Duque Caballero

Coordinadora de alianzas estratégicas y área técnica.

Psicóloga, Universidad Complutense de Madrid

Terapeuta Ocupacional, Universidad Complutense de Madrid

Diplomada en Educación en Derechos Humanos, Universidad Alberto Hurtado

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